Por Dr. Adrián Báez
(…) “la celda es un lugar idóneo para conocerte a ti mismo, para indagar con realismo y asiduidad cómo funciona tu propia mente y tus sentimientos.
Al juzgar nuestra evolución como personas, solemos centrarnos en factores externos como la posición social, la influencia y la popularidad propias, la riqueza y la formación. Sin duda, esos parámetros son importantes al evaluar el éxito de uno mismo en cuestiones materiales y es perfectamente comprensible que mucha gente se esfuerce especialmente por cumplirlos.
Sin embargo, los factores internos pueden ser aún más cruciales a la hora de evaluar el desarrollo como seres humanos. La honradez, la sinceridad, la sencillez, la humildad, la generosidad sin esperar nada a cambio, la falta de vanidad, la buena disposición a ayudar al prójimo (cualidades muy al alcance de todo ser) son la base de la vida espiritual de una persona. La evolución en cuestiones de esa índole es inconcebible sin una introspección de tus puntos débiles y de tus errores. Al menos, aunque sólo sirva para eso, la celda te da la oportunidad de analizar a diario toda tu conducta, de superar lo malo y de potenciar lo bueno que hay en ti. A tal efecto, meditar con regularidad (digamos que unos quince minutos al día antes de acostarte) puede resultar muy fructífero. Al principio te puede parecer difícil definir los aspectos negativos presentes en tu vida, pero al décimo intento puede reportar muchas recompensas. No olvidemos nunca que un santo es un pecador que simplemente sigue esforzándose”.
Con estas palabras escritas en una carta, único medio por el cual durante años pudo comunicarse con sus seres queridos, se dirigía a su esposa Winnie Mandela, el 1 de febrero de 1975, desde la cárcel de Kroonstad.
En ella se denota la madurez del futuro estadista, quien prisionero de sus enemigos desde 1962 y por unos largos 27 años, bregó por la paz espiritual que más tarde lo caracterizaría, permitiéndole llevar los destinos de su país, Sudáfrica, por la senda de la reconciliación y el entendimiento. Demostró, desde su silencio impuesto, que se puede defender lo que es correcto, sin importar los obstáculos que haya que sortear.
Una vez libre, el 11 de febrero de 1990, transitó por la alfombra del reconocimiento, otorgándosele en 1993, el Premio Nobel de la Paz; pero quizás, el mayor de los homenajes propiciados, fue el haber sido electo primer Presidente de la Sudáfrica democrática, el 9 de mayo de 1994.
Sin odios ni rencores, preparó a su nación para la vida tolerante en un régimen democrático; tanto afán dedicó a la causa, que no en vano, las Naciones Unidas declararon al día de su cumpleaños, el 18 de julio, como el Día Internacional de Nelson Mandela.
Tras su fallecimiento, el 5 de diciembre de 2013, se erigió en el espejo en el cual podemos ver reflejada la luz del porvenir; habiéndose ganado con creces el derecho al descanso.
Su legado se sintetiza modestamente en estas palabras en las que resumió su idea de libertad: “Deja que la libertad reine. El sol nunca se pone sobre tan glorioso logro humano”. Su vida, a su vez, trascenderá hacia el futuro, de la manera que lo definió sabiamente el Presidente Obama: “Campeón de la dignidad humana”.