Hoy por: Leonardo Silva
AL DORSO con Marcirio Pérez
A sus 76 años, Marcirio Pérez volvió a la Junta Departamental de Salto electo como Edil por el Frente Amplio, y con EL PUEBLO recorrió las aristas más salientes de la vida que ha tenido como maestro, pese a que quería ser piloto de avión, debió cosechar maní para vivir, trabajó en diversos comercios como vendedor, descubrió la política en tiempos de dictadura en filas coloradas con Raúl Ferro y Eduardo Malaquina. Escribe, pinta, pero lo más importante, le ganó al coronavirus.
¿Cuáles son los primeros recuerdos de su infancia?
- Vengo de Mataojo, del Salto profundo, a 180 kilómetros de acá, cuando no existían caminos. La casa en la que nací todavía existe, un ranchito de lata que está llegando a Zanja del Tigre, donde estuve hasta los 3 años. De lo que me acuerdo perfectamente es del nacimiento de mi hermana, yo tenía 2 años y algo, y es uno de los recuerdos más lejanos que tengo. Papá fue el día antes a buscar a la partera, que vino a caballo, una señora baja, gorda, y yo preguntando qué andaba haciendo esa señora en mi casa, sé que yo estaba muy arregladito, bien peinadito, limpito, bañado, y me mandaron a jugar a una zanjita que hay. Me acuerdo que estaba jugando con unos gansos, y siento un lloro, y me preguntaba de dónde venía si el único niño era yo. Bueno, ese es el recuerdo más lejano que tengo.
También he puesto algunos recuerdos en un libro que editamos los Escritores Salteños, donde hice alguna descripción del boliche de campaña que tenía papá, de la escuela, del puente de Mataojo que se hizo en la época de Vinci, el ómnibus que viene llegando y que era de color blanco, en algunos relatos y poemas. Fui uno de los primeros alumnos de esa escuela, y con el tiempo, fui maestro en ella en Paso de Herrería.
¿Cómo fue su juventud?
- Fue en el Ceibal, barrio bravo pero lindo…
¿Por qué bravo? - Porque era un barrio de obreros, lleno de necesidades. Mi padre era jornalero, mi madre cocía, durante mucho tiempo lo hizo para Alaska. Mi juventud fue linda, en torno al Club Ceibal, donde llegué a ser secretario. Los obreros no perdían el tiempo en armar actas y escribir, y como yo era estudiante, terminando el liceo y empezando Magisterio, era como el intelectual entre todos esos jornaleros que trabajaban por el barrio. Las amistades más profundas que me traen los más dulces recuerdos, casi todas estaban en Ceibal, algunos ya se fueron.
¿Cuándo despertó en usted la vocación por Magisterio?
- No se despierta, me la hicieron aparecer de un tortazo (risas), porque yo quería irme a Montevideo, a la Escuela de Aeronáutica. Pero justo en esos días cae un avión donde pierde la vida un piloto salteño. Mi madre era de aquellas familias muy centrada, apegada a sus hijos, y cuando vio eso, me di cuenta que sería una tragedia para ella ser la madre de un futuro piloto que andaría por el aire con mucho peligro. Entonces opté por no dejar de lado a mi madre, y Magisterio era lo que había en aquellos años, entonces me abrí camino en Magisterio, y después lo aprendí a querer. Hice Magisterio con mucha alegría, con mucho entusiasmo, aprendí a querer y a valorar lo que es ser maestro. Después de conseguir la efectividad en el cargo por concurso, concursé por el cargo de Director, y saqué el primer lugar, y me fui a mi escuela, en Pueblo Celeste, con muchas necesidades. En ese tiempo estaba formando mi familia. Pero llegó la dictadura, que nos forzaba a hacer cosas que nunca me gustaron, entonces empecé a aislarme, y me aislé mucho, en vez de ir a buscar a los amigos, hasta que llegó el día que me dicen que ya no necesitaban de mis servicios en la escuela. Fue una tragedia.
¿Cómo fue la vida a partir de ahí?
- Anduve en las chacras cosechando maní, en una zona de Paysandú. Mi cuñado tenía una máquina cosechadora, anduve vendiendo en un mercadito y me gustó la venta en un kiosco. Y ahí la fui peleando. Anduve por algunos comercios y empecé a tener contacto con el negocio hasta que Collazo, gerente de Alaska, me invita a ir. En aquel tiempo ir a Alaska era todo un logro. En ese sentido, Collazo me dio una gran mano. Ahí estuve 8 años.
¿En qué momento aparece la política?
- En ese momento, aún estábamos en dictadura, pero ya en plena efervescencia. Recuerdo que conversé mucho con Mario Trindade, y llegamos a la conclusión que éramos los culpables de esta dictadura, por eso éramos quienes teníamos que hacer algo para sacarla.
¿La culpa era por una cuestión generacional?
- Exacto, ese era el razonamiento que teníamos. Éramos jóvenes, con familia formada. Ahí entré en la política, justo cuando me quedo de nuevo en la calle. Comencé a pelear políticamente y me gustó por el trato con la gente y comprenderla, no sé si ayudamos a la gente, pero sí la comprendíamos, estábamos presentes. Anduvimos trabajando hasta que llegamos a Edil al lado de Malaquina. Yo era gente de Ferro, que un día nos dice, «mira Chito, estoy muy viejo, el futuro de esta agrupación está en aquel hombre», que era Malaquina. Me lo presentó y desde ese día anduvimos bastante juntos, salíamos permanentemente a todos lados. Pero la gente no se quedó con ese recuerdo de amistad, sino con sus diferencias con Malaquina. ¿Qué pasó?
- Es cierto, con Malaquina fuimos muy unidos para trabajar, tuvimos una diferencia, cosa que saltó no sé cómo, ni nunca supe. Fui a la Intendencia a hablar con Malaquina, pero no me pudo atender. No me importó, dije que volvía mañana. Volví y me dijeron que estaba muy ocupado. Entonces dije, «esto no es para vos, tenés que buscar otro camino». Nunca más conversé con Malaquina. Era un hombre que estaba muy comprometido con Salto y no tuvo tiempo para atenderme, no me molestó, únicamente que no fui más. Y él a casa no fue como iba siempre a buscarme para salir. Esa fue la diferencia.
¿En qué momento se dio cuenta que el camino dejó de ser el Partido Colorado y comenzó a acercarse al Frente Amplio?
- No sé, no tengo una fecha. Pero fíjese lo que es hoy el Partido Colorado y lo que fue con Malaquina, aquel partido poderoso, fuerte, donde la gente en los barrios levantaba la banderita del Partido Colorado, cuando se escuchaba la voz del pueblo. Hoy, el Partido Colorado está muy venido a menos, ¿y de quién es la culpa? ¿Del pueblo o de los dirigentes? A mi entender, el Batllismo, aquella fuerza poderosa que cambió el país, que le dio su impronta socialista durante muchos años, donde los problemas de la población estaban atentos a una atención, a una solución, no aparecía y así se fue terminando el Partido Colorado. No sé cómo saldrá después de esta epidemia, está muy golpeado.
Lo que me llamó la atención del Frente Amplio fue su atención por lo social, es su militancia la que me conmovió, algo que perdió el Batllismo. El último militante fue Coutinho, pero tiene ideas distintas, estamos en otro plano, lo admiro, pero no lo sigo.
¿Cuándo descubrió esa necesidad de expresarse a través de la literatura y de la pintura?
- Es un tremendo atrevimiento decir que estoy integrado a la literatura de Salto. Hemos sí participado en muchas acciones, especialmente con los escritores, hemos hecho un grupo que la pandemia terminó. Teníamos aspiraciones de estar presentes en el mundo intelectual, eso no quiere decir que tengamos la capacidad necesaria de ser una figura en el intelecto salteño. Somos nada más que pretendientes a ser un integrante más de eso y colaborar.
En lo pictórico, en la plástica, me gustó siempre la pintura. Cuando trabajaba en el casino, y especialmente en el casino de frontera, donde pasábamos horas donde no se trabajaba, -esa fue una mala inversión que hizo el Estado-, hacía garabatos. Una vez, una escribana concordiense me pidió uno de los garabatos porque le había gustado. Entonces le dije que le haría algo más específico, y le hice un cuadro, y se emocionó. Esa emoción que me demostró me gustó mucho, porque no sabía que un cuadro podía lograr eso. Entonces me dije, ¿por qué no seguir? Así comencé.
Siendo una persona mayor, tuvo que enfrentar y vencer al coronavirus, ¿cómo fue ese camino por la enfermedad? ¿Tuvo miedo? ¿Cómo lo vivió la familia?
- Lo viví un poco en silencio, los miedos me los guardé. Mi señora inmediatamente nos encerró. Mi hijo, a quien realmente admiro, se metió en su dormitorio y no salió más que para ir al baño durante casi un mes que estuvimos encerrados. Fue muy feo. Creí que se había cumplido el ciclo, y me apronté para vivir los últimos días de esta situación, porque el tipo es diabético, con problemas cardíacos, con problemas de presión, tengo de todo un poco, y con 76 años, pensé que no la pasaba. Entonces, lo que hice fue mucha meditación, eso me ayudó mucho. Fui descubriendo que al final estaba bien.
Y sí, sentí miedo, el miedo natural a la muerte, el miedo a abandonar mi preciosa familia, abandonar a los amigos, abandonar a esa fuerza política nueva que estamos fomentando e inventando al marchar, porque el año pasado no éramos nada y hoy políticamente somos alrededor de 7 mil que hacemos fuerza por el departamento. Tenemos que aprender. Y después de 76 años, empiezo a entender lo que es aprender, todos los días estamos aprendiendo de situaciones nuevas, eso es la vida, aprender.