“Navidad, como tal, procede del latín nativĭtas, nativātis, que significa Nacimiento”
En tres días estaremos celebrando un Nacimiento. Será Navidad y estaremos celebrando
el Nacimiento más trascendente de la historia de la humanidad. “Poco hay para celebrar
este año tan complicado”, se suele escuchar por estos días. En realidad, cada año hay
frases que se dicen, que se repiten, pero que después el tiempo pasa y parece que al
decirlas otra vez, al año siguiente, lo hiciéramos por primera vez, como estas:
“Yo no sé qué pasó que este año pasó tan rápido…”
“Las navidades ya no son como las de antes…”
“Era tan lindo en otras épocas ver las mesas rodeadas de familiares, todo se
terminó…”.
O justamente aquellas que hablan sobre las dificultades de un año y lo poco que de él se
puede rescatar como motivo de celebración. Son cosas de siempre, aunque por supuesto
–tonto sería desconocer- que este 2020 paralizó al país y al mundo con todos los
estragos posibles –y los que creíamos imposibles también- en todo orden de la vida. Por
lo tanto no fue un año “como siempre”.
Y ya que tienen estas líneas como hilo conductor la idea de Nacimiento, es bueno decir,
al menos de paso, aunque más no sea para simplemente dejar constancia, que no deja de
sorprendernos cómo algunos siguen celebrando un nacimiento al mismo tiempo que
defienden de modo tan acérrimo el aborto. Pero eso es otra cuestión.
Hay quienes entienden -e insisten con ello- que la pandemia mundial que venimos
atravesando puede ser una oportunidad. Una oportunidad para mirarnos a nosotros
mismos y empezar de nuevo. Empezar de nuevo, nuevos -valga el juego de palabras-, o
un tanto renovados al menos, a pesar de hacerlo quizás un poco rotos. Será como volver
a nacer. Habrá que aprovechar la oportunidad de un nuevo nacimiento, nacimiento a
otra vida, o a la misma pero siendo otros.
¿Y cómo queremos ser de aquí en más? ¿Nacer cómo? ¿Con qué características?
Buenas preguntas, quizás difíciles de responder.
Si me dieran a elegir una característica que se pudiera borrar de la humanidad, ya no
tenerla, perderla para siempre a partir de este nuevo nacimiento, diría la Soberbia. Cada
vez más convencido soy de que es la madre de muchísimos, de casi todos, por no decir
de todos los males y defectos de las personas.
El hombre ve un monte y lo tala, ve un insecto caminando y le pone el pie encima, tiene
un curso de agua limpia, es decir de vida, que se le ofrece sin pedirle nada a cambio, y
lo ensucia hasta arruinarlo. Y así podría seguirse enumerando cosas y casos que solo
demuestran que el hombre siempre se siente superior a todo. Eso se llama Soberbia.
Los antiguos griegos hablaban del “Pecado de Hybris”, una conducta humana
trágicamente inevitable que consiste precisamente es creerse superior –a la altura de uno
de sus tantos Dioses, dirían ellos-, y con la capacidad de modificar el destino, cosa que
solo podría hacer una deidad, no un ser humano. Dicho de otra forma, quien intentara
modificar el destino, estaría creyéndose a la altura de un Dios y por ende con sus
potestades, es decir, estaría pecando de soberbia. El concepto griego puede traducirse
como “desmesura”. No hace referencia a un impulso irracional y desequilibrado, sino a
un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres
mortales y terrenales.
Pero dejemos ahora a un lado la tendencia del hombre hacia la naturaleza que lo rodea y
pensemos por un momento en las relaciones entre personas. Y como este 2020 también
fue un año lleno de actividades políticas, desde la asunción de un nuevo Poder
Ejecutivo, de un nuevo Parlamento y elección de nuevas autoridades departamentales,
pensemos también en nuestros actores políticos más cercanos. ¿No es cometer Hybris
–entiéndase soberbia y desmesura- creer que el cargo de Diputado puede hacer que se
modifique un procedimiento de tránsito realizado por quienes están preparados para ello
como los Inspectores de Tránsito y la Policía? ¿Y aparecer hasta en medios de prensa
capitalinos dando explicaciones médicas y científicas de los procesos químicos del
alcohol en el organismo humano, para justificar que se conducía un vehículo luego de
haber tomado whisky? ¿Y poner en tela de juicio “las garantías” que ofrece el trabajo de
al menos seis o siete funcionarios públicos? Hybris..hybris…sabia definición de
aquellos sabios griegos, que aún hoy, miles de años después, se sigue viendo y
aplicando. ¿No estará cometiendo desmesura, no estará pecando de soberbia aquel que
cree que por tener el cargo de Senador puede modificar un accionar de las autoridades
que llegan a su casa porque se está desarrollando una fiesta grande en tiempos donde se
pide encarecidamente, se suplica, que no se hagan estas cosas? Exhibir el carnet de
parlamentario y decir “hablé con Carlitos” (por el Jefe de Policía), ¿no es creerse un
poco por encima del resto de los mortales humanos? Y lo de las fiestas bien que podría
aplicarse también a algún que otro baile en un Municipio…etc….etc. No podemos dejar
de recordar también cuando hace un par de años, una Diputada llegó al Juzgado a dar
declaraciones por supuesta difamación e injurias en que habría incurrido al sostener que
en la casa de un comerciante asesinado se vendía droga, y muy suelta de cuerpo dijo que
“vengo porque quiero”. No, señora Diputada, fue porque la Justicia la citó y la Justicia
es o debería ser, y debería usted trabajar por ello, igual para todos.
En definitiva, hablamos de la Soberbia, esa viejísima tendencia a creerse por encima de
los demás en situaciones donde todos somos iguales. Por ejemplo ante la ley. “Pues con
callado pie todo lo igualas”, escribió el poeta español Francisco de Quevedo
hablándole a la muerte. Las leyes deberían también hacerlo.
Y si en un nuevo nacimiento dejáramos por el camino la Soberbia, ¿por qué rasgos sería
bueno sustituirla? Por lo contrario: serenidad, sensatez y por sobre todo humildad.
Para cerrar el tema político, deberían entender estas personas que la gente fue quien los
eligió y por tanto a la gente se deben. No es cosa buena la transformación cuando se
llega a un cargo. Bueno es aspirar a ser mejores, pero partiendo se seguir siendo como
siempre, como todos, igual que todos. Porque al fin de cuentas, si hablamos de la clase
política, hablamos de gente que está cerca de la “cocina” de las leyes, y entonces son los
que más tienen que demostrar que ante ellas, ante las leyes, somos o deberíamos ser,
todos iguales.
Quizás lo contrario a la desmesura de la que hablaban aquellos griegos, sea también el
recogimiento interior, la paz interior, el hacernos chiquitos para gozar más y mejor de la
íntima felicidad. Para esta Navidad, será bueno pensar que es cierto esto que alguien
dijo alguna vez: “Hacete chiquito, a tu medida, a la medida de tus posibilidades.
Pasala con quien elijas, sin apuro, liviano, sobrio. Desmarcate de la publicidad que te
muestra la ilusión de familias y parejas perfectas. Elegí lo que tengas ganas…..lo que
quieras. Pero sobre todo…sé agradecido con el universo por lo que día a día te da”.